Verde que te quiero verde. Con este color sueñan cada verano los cerca de 2.000 voluntarios que vigilan los bosques de Barcelona. El verde es sinónimo de naturaleza y de un verano sin incendios ni agresiones medioambientales. Para lograr que este tono no se torne en el color del tizón, los voluntarios invierten decenas de horas de su tiempo libre en proteger algún pedazo delmedio millón de hectáreas de masa forestal que hay en la provincia.
Son los vigilantes del fuego. Unas veces les toca perseguir a los domingueros aficionados a flambear matorrales; otras, el material no llega a tiempo para evitar el voraz apetito de las llamas y, en la mayoría de casos, disponen de pocos recursos para cubrir demasiados flancos. Aunque el objetivo es el mismo, preservar el entorno, los defensores ecológicos suelen desempeñar su oficio en diferentes puestos. Hay quien colabora con alguna asociación de defensa forestal (ADF) –grupos de propietarios rurales– de su municipio, otros se ganan un salario estival contratados por la Generalitat como guardas forestales, o participan en campañas puntuales de mejora de caminos rurales... Incluso existe la santísima trinidad del bosque.
Antes de ir a cazar llamas, hay que saber organizarse con el entorno. “La cooperación con los ayuntamientos y los parques de bomberos es vital para que la vigilancia sea efectiva”, sentencia Guillem Montagut, jefe de los bomberos voluntarios del parque de Matadepera, al pie del parque natural de Sant Llorenç de Munt i Serra de l'Obac. De ahí que los voluntarios suelan integrarse en alguna de las 268 ADF que hay en Cataluña. Estas asociaciones crecen alrededor de los parques de bomberos.
Pero los voluntarios forestales no cobran por el trabajo hecho. Eso sí, reciben un uniforme, material y cursos de formación para saber responder ante el peligro. Detalle de la Administración. Lo suyo es la entrega total: sin horarios y con poca vida personal. La palabra sacrificio toma pleno sentido cuando se conoce al subjefe del parque de bomberos de Matadepera, Marcel·lí Bosch. Este informático de 28 años y bombero por horas se inició en la carrera del fuego con tan sólo 12 años. Empezó a ser asiduo en la ADF de Matadepera, una etapa de formación “clave” para ejercer de bombero. “De chaval, estás esperando a que te llamen para ayudar, te pasas tus horas libres en el parque porque sientes que éste es tu sitio.” Ahora, con un trabajo de horario estable, continúa con idéntica devoción. Ha tenido que ingeniárselas ante su jefe para salir a apagar unos matojos o rescatar un gato encaramado. “Cobramos 700 pesetas por hora y servicio realizado”, explican sus colegas
El trasiego que se vive en el parque de Matadepera recuerda al de una familia numerosa. Instalados en un colegio del pueblo rehabilitado por ellos mismos, 24 bomberos –con veteranos como Josepy Ferran, que han participado en todo tipo de rescates– conviven con una docena de voluntarios de la ADF.
Aunque como bomberos les ha tocado pasar por momentos de tensión, el jefe del parque, Guillem Montagut, expone su táctica de entrenador de la llama: “no somos héroes ni vamos a jugarnos la vida por nadie”. “Nuestro instinto debe de ser de anticipación y protección de nosotros mismos, no de hacer milagros”, dispara a presión.